Recitales de Pintura, por Ariel Pennisi

Recitales de Pintura.
A Lula Mari


“La idea parece simple, tan simple que no parece novedosa. Sin embargo, es la primera vez que alguien en el mundo exhibe pinturas de este modo.” (Marcos Zunino, en referencia a los recitales de pintura, 2010).


¿Quién puede pensar lo obvio? Para algunos pensar es una obviedad –idea brutalmente desmentida por la filosofía. Para otros, el pensamiento se orienta a dominios meritorios y lo obvio no merece ser pensado. Sin embargo, pensar lo obvio supone cierta desconfianza a las pretensiones de alturas y profundidades. ¿Qué mejor que la pintura como práctica viva de la mirada para inventar una nueva zona sensible, cuyas coordenadas deben también ser inventadas?
Frente a un recital de pintura bien podría oírse decir “¿Cómo no se nos ocurrió antes?”. De ahí viene, justamente, su fuerza, que es su sorpresa. Los elementos son bien concretos: pinturas, un espacio físico determinado, personas más y menos avezadas,  intervenciones musicales. Como en la pintura misma: colores, luz, materia, silencio.   Un recital de pintura se mimetiza con la operación específicamente pictórica, ese gesto entre épico y matemático que inventa tiempo con el espacio. No es la pintura, pero hace lo que la pintura hace.
La pintora es, en este caso, el vehículo de una incomodidad radical: “¿por qué nadie se detiene frente a una pintura más que unos míseros segundos?” Mirada amarreta que las convenciones sociales conjuran cuando se trata de un concierto musical o una obra teatral. En cambio, en las muestras convencionales, la pintura ruega ser vista al costado del camino de un público ambulante.
Volver simpleza la incomodidad es la tarea. Un recital de pintura es un dispositivo simple y provocador que exime a la pintura de explicaciones y la devuelve a su condición de partener de la mirada. La obviedad sorpresiva no da tiempo al regodeo, más bien exige atención, exige hacerse un silencio. El ojo que baila abre un silencio para que la imagen haga ruido. Casi no caben palabras, una tautología gobierna la danza del ojo: la pintura es la pintura. Y el cuerpo, entero, es un ojo.
La pintura demanda estar ahí, soportarla. El público, el observador, no completa la pintura, completa el soporte. Un recital de pintura es un acto pedagógico de una sola indicación: mirar. Es también una experiencia alucinatoria que disgrega la percepción enquistada en función de otra sensorialidad posible. Es la composición silenciosa con la pintura como lenguaje y pensamiento. Un recital de pintura es el desafío temporal que nuestros cuerpos apurados se deben. Es casi obvio y, sin embargo, algo tiene aún que ocurrir.

Ariel Pennisi
                                                                                                                Julio 2011

Comentarios

Entradas populares